Comentario
Los años setenta significan el final del largo periodo expansivo de la posguerra y la transformación de algunas características de la economía capitalista mundial, como es la estructura de la división internacional del trabajo, lo que va a tener consecuencias importantes en relación con el empleo de las mujeres en los países del Tercer Mundo. En la industria manufacturera asistimos a importantes desplazamientos del lugar de la producción, no sólo dentro de los países industrializados hacia regiones atrasadas, y desde unos países industrializados a otros, sino cada vez más desde países industrializados hacia otros en vías que no lo están. Este hecho se explica en el marco de un proceso de globalización de la economía mundial, en el que se produce una erosión de las fronteras económicas, y una posibilidad de eludir muchos tipos de regulación nacional, transfiriendo las ganancias a países con menores tasas fiscales.La revolución de los medios de comunicación, transporte y proceso de datos (informática, correo electrónico, fax, comunicación por satélite), al acortar las distancias, permite la fragmentación del proceso productivo entre diferentes países; por ello, las empresas multinacionales buscan la reducción de los costes de producción separando las etapas de capital intensivo de las de trabajo intensivo, y situando estas últimas en países donde la fuerza de trabajo tiene unos costes mínimos y la regulación laboral es escasa. Así, en la década de los setenta se produce una importante transferencia de producción en las ramas de la industria textil, de confección, de la piel y del calzado, juguetería, relojería, óptica, y parte de la electrónica, a países del sudeste asiático, como Singapur, Corea del Sur, Hong Kong, Taiwan, Malaisia; a zonas industriales de México y Brasil, y a las islas de Mauricio y Chipre. En algunos de estos países, esta nueva industrialización ha provocado un alza de salarios, a lo que han respondido las multinacionales con el traslado a países de costos laborales más bajos, como Sri Lanka, Indonesia, Bangladesh y Tailandia.El fuerte proceso de acumulación y expansión de las multinacionales ha dado lugar a presiones políticas para la liberalización de los mercados. Se consolida así el nuevo modelo neoliberal, en cuya difusión en el Tercer Mundo han jugado un papel importante instituciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La movilidad del capital no está sujeta a ninguna regulación de ámbito transnacional que le obligue a tener en cuenta las necesidades de la población en las zonas donde funciona.Esta situación permite al capital transnacional aprovechar los intentos de industrialización de países del Tercer Mundo, que atraen la inversión extranjera mediante la creación de zonas fiscalmente privilegiadas: las "Export Processing Zones" -EPZ-, en las que se establece una estructura productiva muy fragmentada e inestable, parasitaria de la economía y de la sociedad en que se instala, y que resulta competitiva, no sólo en el mercado interior correspondiente, en condiciones proteccionistas, sino también en el mercado mundial. Para atraer al capital trasnacional, los gobiernos le han eximido de impuestos o han reducido éstos al mínimo, han suspendido las tarifas aduaneras en la entrada de materias primas para la producción dirigida a la exportación, al mismo tiempo que han hecho concesiones de tipo laboral, prohibiendo o restringiendo la actividad de los sindicatos, o permitiendo que no se apliquen las leyes sobre salarios mínimos, ya muy bajos en los correspondientes países.En 1986 existían zonas francas en más de cincuenta países; a las 175 que ya funcionaban, se añadía la existencia de ochenta y cinco en constitución, y estaban proyectadas otras veinticinco; además, en muchas ocasiones, las licencias y privilegios se extienden también a empresas situadas fuera de esas zonas, como sucede en Malaisia, en Túnez, y en la industria maquiladora mexicana, en la zona fronteriza con Estados Unidos. En México se llama maquiladoras a empresas industriales que producen para la exportación, y abarcan tanto las subsidiarias de multinacionales, entre las que predominan las que fabrican componentes electrónicos, como las empresas locales de subcontratación, en general, industrias de confección, que subcontratan a su vez a pequeños talleres, y éstos encargan trabajo a domicilio; conviene señalar que dependen de contratos puntuales, y por tanto están sujetas a decisiones económicas ajenas, que son las que regulan su producción, por lo que su capacidad de empleo es discontinua. Entre 1968 y 1988 el número de empresas en la maquila mexicana ha pasado de 112 a 1450, y el número de puestos de trabajo, de 11.000 a casi 400.000.La búsqueda de una minimización de los costos y una maximización de los beneficios ha llevado a una nueva preferencia por el empleo de mujeres, sobre todo en los procesos de trabajo intensivo, donde los costos laborales representan una proporción importante del total. Además de las ramas industriales ya mencionadas, hay que citar también el sector de servicios y, dentro de él, el trabajo de oficina, como uno de los que han experimentado ese proceso de transnacionalización, y que emplea a un número elevado de mujeres; ejemplo de ello es el establecimiento de empresas norteamericanas (compañías aéreas, de seguros, informática y telecomunicaciones) en las islas del Caribe.La proporción de mujeres que trabajan en las zonas francas está en muchos casos en torno al 90 por 100. Una mirada a la reorganización del proceso de trabajo que acompaña a esa transferencia de la producción a otros países nos ayudará a comprender las razones de ese empleo mayoritariamente femenino, así como sus efectos. Estas empresas tienden a contratar una mano de obra reducida, joven, de bajo coste laboral, en condiciones laborales precarias y sin sindicatos o con una débil organización laboral. En muchos casos, se trata de mujeres solteras, de entre 15 y 22 ó 25 años, con un nivel educativo relativamente alto, y sobre las que se ejerce una discriminación salarial en función del género, fenómeno que, como se ha visto, no es exclusivo ni mucho menos de esta situación. La diferencia de salario se produce tanto en la forma de discriminación pura, a la que incluso se da publicidad para atraer la inversión (es el caso de Chipre, o de las islas Mauricio), como en la forma más frecuente de concentrar a hombres y mujeres en funciones distintas: trabajos masculinos y femeninos, que se corresponden con una segregación salarial, aunque varíen de unos países a otros los criterios para esa asignación.En las fábricas subsidiarias de multinacionales de la industria de semi-conductores en Penang (Malaisia), la mayoría de las jóvenes empleadas no había trabajado antes, y proviene de familias donde las mujeres no habían sido nunca asalariadas: son hijas de funcionarios y maestros, en muchos casos. Pero en las familias campesinas también son las hijas las que emigran en busca de estos empleos. Con el fin de atraer la inversión extranjera, los gobiernos han dado facilidades para instalar fábricas en el campo, como en el caso de Malaisia, para que las jóvenes pudieran trabajar en ellas sin abandonar su pueblo, ayudando así a superar las reticencias que podían tener las familias respecto a la integración de las hijas en las formas de vida occidentales; no hay que olvidar la necesidad, para esas unidades domésticas campesinas, de la aportación de esos ingresos no agrícolas. En Bangladesh, país con una alta proporción de población islámica y con una tradición contraria a la participación de mujeres en trabajos remunerados, el gobierno ha proporcionado transporte público para mujeres que viajen solas y protección para las que se trasladen a pie, y ha facilitado el empleo femenino en el sector público, contribuyendo de este modo a la creación de nuevas normas de conducta y a su aceptación por la sociedad. En otros países se han llevado a cabo campañas ideológicas a favor de la presencia de las mujeres en el mercado de trabajo, incluso allí donde esa presencia no era nueva, como en la maquila mexicana.Hay que resaltar el papel fundamental que representa la familia en todos estos procesos, tanto en el plano ideológico como en el económico. El sistema salarial se basa en la combinación de sueldos muy bajos con la utilización de primas para ajustar los costes de la fuerza de trabajo a los cambios de objetivos de la producción, y hacer aumentar la productividad. En esas condiciones las familias se ven obligadas a mantener a sus hijas durante su primera etapa de trabajo en la fábrica, como sucede en Filipinas, hasta que la trabajadora esté en condiciones de enviar a la familia una parte de su paga, la mitad en muchos casos. Los contratos se hacen por periodos muy cortos y la frecuencia del cambio de personal es muy alta; las condiciones de deterioro físico que provoca el trabajo intensivo -graves problemas de la vista por el trabajo con microscopios, intoxicación por gases de los productos químicos- llevan a una continua reposición de la mano de obra, evitando así la empresa los problemas relacionados con el despido o la salud, que se remiten de nuevo a la unidad doméstica familiar.Del mismo modo que sucedió en Europa durante la época de la industrialización, las mujeres que se emplean en estas fábricas, responden a estrategias de tipo familiar en su actuación; la contribución económica al grupo doméstico es uno de los factores básicos que les empujan hacia esos empleos, aunque la propaganda airee más el deseo de las jóvenes de acceder a un modo de vida y de consumo occidental. Asunto familiar es la contratación de estas jóvenes, en la que intervienen padres, hermanos, o esposos en su caso, y aceptan tras recibir ciertas seguridades por parte de las empresas. Al contratar como asalariadas a mujeres de familias acostumbradas a que la aportación económica femenina se llevara a cabo a través de la artesanía doméstica, se producen tensiones en el seno de la familia: los ingresos llegan junto a unas formas de vida occidentalizadas que muchas veces se rechazan, por temor a la independencia que pudieran proporcionar a las hijas. Para solventar esos problemas, las empresas responden con fórmulas paternalistas, como la institución de un "Día de los Padres", en que ellos puedan controlar el ambiente de trabajo de las hijas, o instalan residencias para las trabajadoras, con un régimen de estricta vigilancia.En resumen, se observan los efectos contradictorios que para el trabajo de las mujeres ha tenido todo este proceso:a) Por un lado, han aumentado las posibilidades de empleo femenino, al contrario de lo que supusieron intentos industrializadores de los años sesenta en países en vías de desarrollo, en que la gran industria venía a arruinar las industrias familiares en que se ocupaban las mujeres. De todas formas, aunque las multinacionales emplean a varios millones de mujeres, eso, en términos relativos, venía a significar en 1985 algo menos del 1 por 100 de la fuerza laboral femenina en los países del Tercer Mundo, a lo que debe añadirse el empleo indirecto procedente del efecto multiplicador que sobre la actividad económica han tenido las multinacionales, y que resulta difícil de estimar.b) Por otra parte, las condiciones de trabajo, tal como se ha visto, suponen un grado de explotación muy alto. En este sentido, no se puede olvidar que la gran mayoría de las mujeres en el mundo trabajan en ámbitos, como la agricultura y la economía informal, en condiciones muy precarias en muchos casos. Es conocido el carácter "transnacional" que en los últimos tiempos ha adquirido el negocio de la prostitución en países como Corea del Sur, Filipinas o Tailandia, con la difusión del llamado turismo sexual.c) Otro aspecto de la cuestión es que, al actuar sobre las creencias y prácticas discriminatorias por razón de género existentes en las culturas locales, en algunos casos las han intensificado, o han dado lugar a su recomposición en formas nuevas; otras veces, han contribuido a debilitarlas, al favorecer el empleo de las mujeres. Las diferencias entre unos países y otros (por ejemplo, entre los de la primera oleada, y los de la segunda) y la inestabilidad de la producción transnacional hacen que la evaluación del proceso sólo pueda llevarse a cabo en un examen más minucioso y pormenorizado que el que cabe realizar aquí.Una conclusión se impone: el trabajo realizado en el ámbito mercantil es sólo una parte del trabajo total. Esta reflexión, fundamental en lo que se refiere al trabajo de las mujeres, afecta también al realizado por otros colectivos. Por ello, en los últimos tiempos aumenta el número de estudios que pretenden abarcar tanto el sector mercantil como el no mercantil, con la intención de ofrecer una visión de la economía más ajustada a la realidad.Desde los años cuarenta ha habido voces que señalaban la necesidad de incluir las actividades de subsistencia en las cifras de la contabilidad nacional. El tema se ha planteado también en las Conferencias del Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer, en Copenhague, 1980, y en Nairobi, 1985, ya que existe una ocultación o un tratamiento inadecuado, en muchos casos, del trabajo de las mujeres en los censos y en las encuestas de empleo. Algunos países, sobre todo del llamado Tercer Mundo, incluyen ya un parte de la producción doméstica en sus estadísticas económicas. El transporte del agua, por ejemplo, asignado tradicionalmente a las mujeres, se toma actualmente en consideración en la contabilidad nacional de Angola y de Kenia.Se han ensayado distintos procedimientos para el cálculo del valor de la producción no mercantil; el tema continúa siendo objeto de investigación, y los resultados resultan asombrosos, en cuanto a su volumen.